domingo, 4 de marzo de 2012

CUADRITO COSTUMBRISTA I (LA REPUGNANTE NOCHE DE VELITAS) (siete de diciembre de 2010, pero aplica para todos los demás de allá para acá) por Edwin Gamboa


El siempre vasto escenario de la estupidez humana me ha intrigado y repelido a lo largo de los años. Hace ya muchos meses, un par de años quizá, de manera tácita había renunciado a escribir sobre ello, sin embargo el espectáculo del que fui testigo hace tan solo un par de minutos mueve mis dedos y creo que me impele a decir algo.
Salgo, como es costumbre, a fumar mi cigarro de todas las noches y me estrello con las multitudes que por una insensata costumbre de la tradición adornan sus veredas y aceras con farolitos, conjurando acaso en una vela esa dolorosa y cruda realidad que aguarda afuera, expectante. Las calles, entonces, adquieren una curiosa mezcla entre el alumbrado prosaico de la luz eléctrica y la calidez que deviene de las velas. Miro las velitas, y miro las caras de quienes las encienden y noto que lo hacen por una rutina de años, por un mal hábito, de manera mecánica y exenta de cualquier significado. La música se desborda de casas con las puertas abiertas. Las letras de la música –noto– hablan de que las cosas acaso mejoren, y pienso que de golpe esa es la misma mierda que la “cultura” me vomitó de pequeño: promesas vanas que nunca se cumplen, añoraciones de felicidad en otro año que seguramente habrá de depararnos la misma miseria, o quizá un poco más. En otras casas las letras de canciones más modernas emanan su hedor igualmente pútrido y vacío, y los padres les señalan a sus hijos, cerveza en mano, la manera correcta de prender las velas para que se batan en duelo con el viento de la noche.
Este escenario no tendría nada de censurable, digo yo, si no hubiese cosas más urgentes y apremiantes a la vuelta de la esquina, en esa otra realidad de un país que sigue consumiendo y alimentando sus fuegos. Reconozco, entonces, que estos ciudadanos, mejor estos humanos, han elegido darle la espalda a lo urgente, y ven con regocijo solo lo que quieren ver y así las cosas celebran a trancas y mochas lo que no puede celebrarse, lo que no debe celebrarse.
Tengo para mí que una de las cosas que realmente nos da la condición de humanos es la empatía, como Observó el Poeta inglés John Donne: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra, si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti” . Pienso, releyendo las líneas de Donne, que el problema de Colombia es que casi nadie oye las campanas porque está demasiado ocupado tratando de hacer un imaginario de la felicidad para su propia vida, es decir, no las oyen porque están demasiado concentrados inventándose mentiras para creerse felices y, naturalmente, vomitándoselas y excretándoselas  a sus hijos.
Este mes, como todos, no nos da nada por qué celebrar. El país se cae a pedazos menos por el invierno que por las pésimas administraciones gubernamentales, locales y nacionales que se han cagado en él durante años, seguimos mendigando la salud, y la educación sigue siendo ese gran privilegio reservado de las clases más altas. No digo que nos rasguemos las vestiduras y nos echemos ceniza en señal de duelo, a usanza de pueblos antiguos; lo que digo es que frente a una realidad nacional tan escalofriante, dramática y nauseabunda lo mejor sea acaso reservar un respetuoso silencio por aquellos que más sufren. Un gesto de respeto, de empatía quizá más cristiano que una vela en una acera en medio de la noche.



No hay comentarios: